El fascismo como doctrina política es ampliamente conocido, sin embargo es muy poco conocido como sistema económico.
El padre indiscutible del fascismo fue Benito Mussolini, como jefe de Estado desde la perspectiva política su discurso estaba encaminado a la creación de un Estado Corporativo, entendido como la unión monolítica entre población y gobierno mediante el caudillismo o populismo nacionalista, la violencia institucional y la propaganda.
Desde su creación, distintos gobiernos (marxistas inclusive) han adoptado en todo o parcialmente la doctrina política fascista en la praxis pero siempre bajo una constante negación frente a las masas por su asociación con regímenes como la Alemania Nazi.
Pero desde el punto de vista económico, el fascismo se distancia de su concepto político ya que busca la consolidación del Estado Corporativo a expensas de una población obligada a sostenerlo con cargas fiscales, lo cual ha sido y sigue siendo de gran utilidad por los políticos. El gobierno y la población ya no son idealizados románticamente como unidad corporativa sino que desde el prisma económico el fascismo se revela en toda su pureza y esplendor como el parasitismo que es: el gobierno como parásito y la población como huésped.
LA ECONOMÍA FASCISTA
La economía fascista se caracteriza por ser esencialmente antiliberal, por ende antimercado y anticapitalista, en palabras de Benito Mussolini «El fascismo rechaza frontalmente las doctrinas del liberalismo clásico, tanto en el campo político como económico», y del propio Adolf Hitler «Somos enemigos del sistema económico capitalista» es decir, se trata de una economía planificada, controlada o dirigida por un órgano centralizado de poder: el monopolio estatal.
A decir de Murray Rothbard: «El fascismo y el nazismo fueron la culminación lógica en los asuntos internos de la corriente moderna hacia el colectivismo de extrema derecha. Se ha hecho habitual entre los defensores de las libertades, considerar el fascismo y el comunismo como fundamentalmente idénticos. Pero si bien ambos sistemas fueron indudablemente colectivistas, diferían mucho en su contenido socio-económico», en efecto, a diferencia de una economía marxista donde todos los medios de producción están en manos del Estado o en propiedad colectiva, el fascismo económico permite la propiedad privada de medios de producción y la competencia de mercado aunque bajo el control o la influencia directiva del Estado; la empresarialidad se encuentra subordinada a los intereses del proyecto colectivista de unidad nacionalista de la administración pública, donde pueden existir algunas nacionalizaciones o confiscaciones dentro de los sectores de la economía considerados presuntamente «estratégicos para el interés nacional» así como el proteccionismo de empresas igualmente consideradas «estratégicas» en el mismo sentido.
La regulación fascista de la economía se realiza obviamente como toda intervención en la economía, a través de un marco de derecho positivo, pero destinado especialmente a estructurar un esquema jurídico capaz de proporcionar las condiciones institucionales necesarias para el desarrollo del Bienestar Corporativo (en inglés Corporate Welfare).
BIENESTAR CORPORATIVO
Este mecanismo por lo general se mantiene oculto de las masas, porque dentro de la propaganda y el populismo fascista suele hablarse del llamado Bienestar Social (o Estado de Bienestar Paternalista) que se trata de un conjunto de programas o políticas de subsidios, que se obtienen con dinero arrancado por la fuerza a través de impuestos bajo el pretexto de sostener un supuesto interés colectivo o «ayudar» a la población o a un sector determinado de la misma manteniéndolos en estado de expectativa y mendicidad, mientras que el Estado Corporativo se desarrolla detrás del velo populista. La alegoría que resulta es la del borrego (la población) persiguiendo constantemente una zanahoria (subsidios) atada a una caña que sostiene el político montado en su lomo, así básicamente funciona el llamado Bienestar Social.
El principal objetivo del fascismo económico es el de ejecutar una política fiscal para beneficiar un entramado compuesto por burocracia y empresariado privado, a través del proceso llamado cabildeo (en inglés lobbying) que es una simbiosis que se manifiesta de las siguentes formas:
● Políticos miembros de la burocracia propietarios o accionistas de empresas privadas que utilizan su influencia para apartar a la competencia de su camino o ser rescatados de una inminente quiebra (también pueden operar a través de testaferros)
● Empresarios privados que se valen de favoritismo o conexiones políticas usando los mismos medios para perseguir los mismos fines del punto anterior.
Como les había comentado, un mecanismo jurídico de regulaciones, subsidios y concesiones selectivas sobre sectores de la economía es esencial para desplegar el fascismo económico por ello los elementos de la intervención del Estado fascista sobre la economía los he logrado diseñar en un Esquema del Bienestar Corporativo. A continuación haré una explicación detallada de los elementos en los que todo libertario debe enfocarse para abolir de raíz el sistema fascista.
1.- Regulación de la competencia
También llamadas leyes anti-trust o antimonopolio, son aquellas que según la versión demagógica dicen estar elaboradas con el propósito de proteger al consumidor de los monopolios, pero que no por casualidad, terminan siempre en detrimento tanto de los consumidores como de las pequeñas empresas, porque transforman el ambiente natural de cooperación contractual y civilizada de mercado en un entorno troglodita, donde la supervivencia del más apto, es decir el que tenga mejores conexiones políticas, es el que siempre se posiciona por encima de los demás competidores por medio de la violencia legal del monopolio estatal, formando en consecuencia monopolios u oligopolios coercitivos y distorsiones dentro de la economía.
Las leyes anti-trust se basan en una lógica totalmente absurda y ajena al funcionamiento del mercado: cobrar más que la competencia sería abuso de posición dominante, cobrar menos sería competencia desleal y cobrar lo mismo que la competencia sería colusión, así que la única forma de evadir esta situación es colocándose por encima de la misma Ley, en pocas palabras, las leyes antimonopolio proporcionan sus propios incentivos para corromperse.
Las leyes anti-trust no son originales del fascismo económico pero si son un elemento complementario para la realización del bienestar corporativo, por lo tanto derogar las leyes anti-trust sería un paso fundamental para desmontar el corporativismo estatal fascista. No se debe entorpecer el surgimiento y desarrollo de PYMES, que las empresas se posicionen en el mercado por los méritos en satisfacer mejor a sus consumidores, no por pertenencia o contactos con las mafias políticas.
2.- Propiedad intelectual
Las patentes de propiedad intelectual son una concesión muy particular ya que con ellas se está otorgando un monopolio sobre las ideas. Con el pretexto de proteger o incentivar la creatividad o la investigación, las patentes siempre logran exactamente lo opuesto, sólo incentivan costosos litigios judiciales por un lado y aumentan el coste para investigar por el otro, cuando la realidad demuestra que sin las patentes de todas formas habría incentivos para la investigación.
Las ideas son bienes incorpóreos que cuando se hacen públicas son automáticamente de dominio universal, no se debe controlar o impedir por la fuerza el proceso humano de percepción, aprehensión y difusión de ideas, persiguiendo físicamente a todos aquellos que deseen emprender soluciones usando ideas precedentes no solamente se impide el mercado, sino que en muchos casos también la libertad de expresión.
Las patentes si bien tampoco son propias del fascismo económico si constituyen un instrumento de relevancia, no son más que otra forma de intervención del Estado sobre la economía que termina gestando monopolios protegidos bajo el mismo principio explicado en el punto anterior, ninguna empresa puede por sí misma impedir violentamente que otra le haga competencia. Si se quiere abolir el corporativismo fascista es necesario que el Estado deje de conceder patentes.
3.- Subsidios corporativos
Es un elemento sine qua non ([Condición] sin la cual no se efectuará una cosa o se tomará como no hecha) de la política económica fascista. Es el mecanismo por medio del cual se sostiene todo el andamio de bienestar corporativo donde por medio de la exacción fiscal y subsidios selectivos al sector privado se internalizan las ganancias y se socializan los costes y las pérdidas.
De esta política económica surge el aforismo «socialismo para ricos»: los empresarios adláteres (Persona subordinada a otra y a quien acompaña con mucha frecuencia.) del gobierno, testaferros y políticos que en muchos casos son accionistas o propietarios de grandes empresas privadas recurren a las arcas del Estado para salvar su patrimonio de una eventual insolvencia.
De todos los subsidios, los corporativos se caracterizan por ser uno de los más excesivos y despilfarradores, son colosales cantidades de dinero robadas a través de los impuestos al ciudadano trabajador destinadas a financiar grandes empresas de manera extremadamente anti competitiva, con la excusa de amparar un supuesto bienestar general o nacional, una de las mentiras populistas más grandes jamás inventadas.
Usualmente los políticos dicen que son subsidios destinados a financiar a productores independientes y PYMES cuando en realidad rescatan a las corporaciones más influyentes, por ejemplo, el gobierno fascista de Estados Unidos (Tema publicado el 15/02/2015 cuando Obama era presidente de EE.UU.) destina de 40 a 50 billones de dólares anuales de su presupuesto para supuestamente «incentivar» la pequeña y mediana empresa cuando en realidad se tratan de beneficios para los peces gordos de la industria.
Este proteccionismo cuyo origen es mercantilista, de ganancias concentradas y pérdidas difusas es especialmente nocivo porque perpetúa un círculo vicioso de ineficiencia y distorsiones de mercado profundas de gran impacto social, son empresas que en un mercado libre están destinadas a ser absorbidas o quebrar para dar paso a una competencia que ofrezca bienes de mejor calidad o servicios más eficientes logrando un ritmo de desarrollo sostenido y saludable en la economía.
4.- Banca central
Es una herramienta fundamental de la economía fascista, por medio del banco central se obtiene un poder ilimitado para efectuar la planificación central, desde donde se orquestan los ciclos de expansión y contracción de la economía y se fijan por decreto las tasas de interés. Cuando el banco central compra bonos suministra dinero nuevo y no ganado para el vendedor del bono, los banqueros centrales hacen absolutamente nada para ganarse el dinero, simplemente lo crean de la nada, es lo que se conoce como impresión de dinero FIAT, es decir dinero sin ningún respaldo real de valor en metales preciosos o en su valor intrínseco sino simplemente por la confianza en un decreto estatal y una promesa de pago, es una estafa a gran escala, este mecanismo se conoce como inflación.
Los primeros receptores del dinero fresco de la imprenta, el gobierno y las grandes corporaciones bancarias son los que se benefician directamente del poder adquisitivo adquirido recientemente mientras que los ahorradores comunes sufren la evaporación de su poder adquisitivo con el antiguo dinero.
Los bancos centrales fijan artificialmente las tasas de interés muy por debajo de lo que vendría siendo el precio normal del mercado para proveer financiamiento barato y casi regalado a la administración pública, incentivando el derroche y crecimiento del Estado en actividades que no hubiesen tenido lugar bajo precios o tasas de interés normales o de mercado, por lo tanto se hace necesario abolir la banca central para acabar con éste mecanismo perverso de fascismo monetario.
CONSIDERACIONES FINALES
La solución elemental para abolir el Estado Corporativista fascista es la vía liberal: reducir progresivamente cargas fiscales hasta eliminarlas, con ello se disuelve la burocracia, todo subsidio, privilegio, controles y lógicamente toda posibilidad de financiamiento o rescate de corporaciones ineficientes. Lo contrario sería contraproducente, mantener el statu quo del fascismo económico o la vía marxista: amplificar la burocracia y la coacción en todos los aspectos, que es el sendero que desgraciadamente están tomando muchas naciones desorientadas por la ignorancia supina en ciencia económica.
En el capitalismo las empresas privadas que tengan que desaparecer tienen que quebrar, asumir ganancias pero también las pérdidas, así de sencillo, la realidad es que no existe interés colectivo o nacionalista alguno que justifique la semejante arbitrariedad de un rescate corporativo.
Una vez más está de parte de nosotros los libertarios ilustrar a la población en general, especialmente a los marxistas declarados y de closet y anarquistas confundidos sobre la naturaleza esencialmente antiliberal, anticapitalista, antimercado del fascismo.
El liberalismo clásico como medio y el anarcocapitalismo como fin es la solución verdaderamente revolucionaria, la única vía sensata y posible para lograr la tan anhelada sociedad libre.
Autor: Edgar Vargas - Fuente: Instituto MISES
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